miércoles, 16 de julio de 2008

El tigre tramposo

En una selva de Sumatra, muy lejos de toda civilización, había un grupo de monos muy inquietos. Habían oído ruido de pisadas durante la noche y no habían podido pegar ojo.
Cuando se hizo de día se dieron cuenta que habían llegado cazadores a su rincón de selva.
Todos los animales estaban escondidos, o casi todos, las serpientes pitón aunque no eran venenosas no parecían tener miedo, porque como eran muy grandes sabían defenderse.
Los monos vigilaban desde las alturas e iban diciendo al resto de los animales la dirección que cogían los humanos. De esa manera en los dos días que llevaban en la selva lo cazadores no habían conseguido capturar a ningún animal.
Aquella noche los cazadores encendieron un fuego en uno de los claros del lugar para poder cocinar. Desde los árboles los monos los observaban.
Tras la cena se sentaron en círculo y comenzaron a jugar. Parecían divertirse con una especie de papeles que se pasaban de unas manos a otras. Estaban jugando a cartas.
Los monos estaban sorprendidos, las carcajadas de los cazadores se escuchaban a mucha distancia.
Uno de los monos más jóvenes que se llamaba Emur, bajó del árbol. Con mucho valor se acercó al grupo de cazadores, miró durantes horas como jugaban y se pasaban las cartas. Cuando acabaron y se fueron a dormir, se acercó lentamente para no ser oído.
Los cazadores estaban profundamente dormidos y roncaban muy fuerte.
Poco a poco alcanzó el lugar donde estaba la baraja de cartas, la robó y salió corriendo para que no lo atraparan, pero los humanos no se dieron ni cuenta porque seguían roncando
- grrrrronnnn fiuuuu-
Todos los monos estaban impacientes esperando a Emur en la copa de los arboles.
Emur no quiso ni enseñar su gran tesoro, se agarró a él y no dejó que nadie se acercara.
Al día siguiente los humanos se fueron cansados de esperar y no cazar nada.
La normalidad volvió a la selva.
Emur se miraba el paquete de cartas, las sacaba del estuche, las tocaba, las chupaba y las abrazaba, era su gran tesoro.
Emur empezó a pensar en el juego que hacían los humanos, en lo bien que se lo pasaban, quizás si él compartiera sus cartas con el resto de monos se lo pasaría mejor.
Y así lo hizo y de esta manera vio lo divertido que puede ser compartir.
Como había aprendido a jugar de tanto mirar a los humanos, enseñó a los demás monos que estaban encantados de poder participar en aquel juego.
A los monos les encantaba jugar a cartas, y cada noche organizaban partidas en la selva. Emur se divertía mucho con los otros monos.
Fue pasando el tiempo y cada vez jugaban mejor a las cartas y empezaron a apostar cosas pequeñas como plátanos o bayas.
Hacían tanto escándalo que pronto el resto de animales de la jungla se enteraron de las partidas de cartas y quisieron jugar.
Al final organizaron turnos para las partidas y aquellos animales que ganaban podían repetir. Emur encontró un buen negocio en las partidas, los animales le pagaban por jugar y ya no tenía que buscar comida cada día para poder comer.
Un día se organizó una partida en la que participaba un ciervo, un jabalí, un elefante y Emur, estaban jugando cuando de pronto sintieron un olor que les era familiar.
A Emur se le erizó el pelo de la espalda, aquel olor era de un tigre. No les dio tiempo a huir. El tigre que era muy fuerte se había acercado silenciosamente. Cuando Emur se dió cuenta ya estaba aprisionado bajo sus garras afiladas.
Emur gimió mientras el resto de animales corrían a esconderse.
-¡Hoolaaaa!- Dijo el tigre. Todos los animales de la selva conocían a Duncan el tigre, era un animal cruel y comía carne.
Emur temblaba sin acertar a decir nada.
-No voy a comerte- dijo Duncan –pero no escapes porqué quiero hablar contigo. Si escapas iré a buscarte y te aseguro que acabaré comiéndote aunque te escondas-
Después de estas palabras alzó la garra liberando a Emur.
-¿Qué quieres de mi?- preguntó el mono encogido porqué no se fiaba de las palabras del tigre.
-Quiero jugar a cartas. Y quiero que me enseñes-
Emur se quedó mirando al tigre con los ojos abiertos como platos.
-Así que quieres jugar. ¿Qué me pagarás?- dijo Emur-
El tigre rugió ferozmente enseñando sus esplendidos dientes.- ¿Acaso tengo que pagar?-
-Ay, no, no, ¿como va a pagar el gran tigre Duncan? –dijo Emur atemorizado.
-Está bien te enseñaré a jugar. Pero hay un pequeño problema, no se si los otros animales de la selva se atreverán a jugar contigo-dijo temblando
-Será mejor que te encargues de que jueguen conmigo. Diles que prometo no comerme a nadie durante las partidas y que si no juegan tendrán que sufrir mi ira, sobre todo tú.-
Emur vio que hablaba en serio y prometió encargarse de todo.
Le costó convencer a los animales para que jugaran con Ducan el Tigre, pero al final logró formar grupos para las partidas.
A Duncan le costó mucho aprender las normas que eran necesarias para jugar a las cartas, todo lo que tenía de fuerte parecía tenerlo también de tonto.
Pronto Duncan comenzó a jugar a las cartas con los otros animales de la selva y al contrario de lo que pudieras imaginar el tigre ganaba todas las partidas.
Cada día que pasaba Duncan era más y más poderoso, ganaba mucha comida, que en el fondo no le servía de nada porqué el comía carne.
Pero la guardaba porqué en la selva la comida es como el dinero, puedes cambiarla por muchas cosas.
En poco tiempo se proclamo rey de la jungla, todo el mundo tenía que hacer lo que el quería porqué toda la comida la tenía él.
Tenía a todos los elefantes barriendo la jungla, los monos le hacían aire, los ciervos tenían que llevarle agua, todos los animales tenían que obedecerle y Duncan era un tirano sin igual.
Emur estaba muy extrañado que un tigre tan tonto como Duncan pudiera ganar siempre todas las partidas que jugaba.
Era muy raro, algo debía pasar para que jugara tan bien.
Así que decidió espiarlo y llamó a las ranas de los árboles para que lo ayudaran.
Una rana se pusó acompañando a cada uno de los animales que participaba en la partida de aquella noche.
Como siempre el tigre ganó.
Al acabar el juego Emur se reunió con las ranas, él no había visto nada extraño pero las ranas le explicaron que la extraña suerte del tigre tenía explicación, hacía trampas.
Duncan tenía muchas pulgas y estas iban de un animal a otro mirando las cartas que tenían cada uno y después iban al tigre a decírselo.
De aquella manera el tigre siempre ganaba, era un tramposo, pero Emur y las ranas lo habían descubierto.
Pronto toda la selva sabía el truco del tigre.
Aquel tigre había sido muy injusto, se había aprovechado de aquel juego para ser el rey de la selva.
Emur y los otros monos planearon una solución. Hablaron con el tapir.
El tapir nunca había querido jugar a las cartas pero esta vez tendría que hacer una excepción para ayudar a los otros animales.
Los tapires son como cerdos pero con una trompa pequeñita parecida a la de los elefantes.
Todos los animales de la jungla saben que los tapires tienen la sangre muy dulce, por esta razón están siempre llenos de bichos. Los pobres intentan no juntarse con los otros animales porque sino cuando vuelven a casa llegan llenos de pulgas y garrapatas.
Emur fue a visitar al jefe de los tapires.
-Tapir tienes que ayudarnos, y venir a jugar esta noche a las cartas, a cambio hablaré con los pájaros que comen bichos y les diré que vayan a hacerte una visita mañana y te dejen limpio y reluciente.-
El tapir dudaba pero cuando Emur le explico la historia del tigre, las trampas que hacía y como había abusado de todos los animales de la jungla decidió ayudarlo.
Los animales se reunieron.
-¿Porque no hacemos la partida de esta noche más interesante?- dijo Emur
-El que pierda se ira de la selva-
Los animales se hicieron los asombrados. Duncan se negó.
-No pienso irme si pierdo- dijo Duncan.
Emur se acerco al tigre y le dijo al oído- Mira es que queremos echar al tapir, nos cae mal a todos. Además tú no tienes porque tener miedo. Si nunca pierdes……juegas demasiado bien-
Duncan se lo miro pensativo, la verdad no le caía muy bien el tapir, además era imposible que perdiera con sus pulgas.
Empezó la partida de esa noche, repartieron las cartas y las pulgas empezaron a dar vueltas entre los participantes, pero cuando llegaron al tapir ya no se quisieron ir.
Como las pulgas notaban que faltaban sus hermanas fueron a buscarlas y una a una se fueron marchando del tigre que se quedo solo.
¿Y qué pasó?
Pues que el tigre perdió por primera vez en su vida
Duncan rugió enfurecido
-¡Me habéis hecho trampas! ¿Dónde están mis pulgas?-rugió- No pienso irme
-¿Para qué quieres a tus pulgas? ¿No harías trampas con ellas que tanto las echas de menos? Tienes que irte porque has perdido.-dijo Emur
El tigre rugía ferozmente sin ninguna intención de irse. Los animales de la selva que ya sabían lo que iba a pasar se presentaron rodeando al tigre.
-¡TIENES QUE IRTE!- gritaron todos.
-¡TIENES QUE IRTE! ¡TIGRE TRAMPOSO!-
El tigre al verse rodeado y acosado salió huyendo y se fue de la selva para siempre.
Por fin se habían librado del malvado tigre.
Al día siguiente los pájaros limpiaron al pobre tapir que había pasado la noche rascándose y se comieron a todas las pulgas tramposas.
Los monos y el resto de animales decidieron tirar la baraja de cartas que los había esclavizado y los había hecho infelices.
Aprendieron que los juegos de los humanos no estaban hechos para los animales y decidieron que seguirían jugando a sus propios juegos sin apostar nunca más.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Moraleja: No juegues nunca el poker con un tigre pulgoso.

Muy buen cuento, señora Francis. Fantástico cuento, más bien. Muy entretenido y muy imaginativo.

Se lo he leído a los niños de la clase de cuarto B y se han estado todos calladitos hasta el final. Nunca los había visto tan atentos.

¿Para cuándo un granizado de sangre de tapir en el Starbucks? Hoy me siento un poco pulga.

Anónimo dijo...

Un tapir del Atleti algo preocupado por la falta de fichajes: aquí.