martes, 24 de junio de 2008

EL CRÍTICO CULINARIO

David era uno de los críticos culinarios más importantes del país, sus críticas eran seguidas desde el periódico en que trabajaba por mucha gente famosa.
Los restaurantes que tenían la suerte de obtener una buena crítica veían aumentar sus ingresos y se hacían prósperos.
Lo único que debía procurar David era mantener un anonimato absoluto, de no ser así sería imposible obtener buenas e imparciales críticas culinarias.
Incluso cuando disfrutaba de sus vacaciones recogía ideas para su crítica periódica, cuando volvía a casa el periódico imprimía un especial con estos artículos.
El especial unía la crítica culinaria de David a los artículos turísticos de Sergio Puente, un compañero especializado en viajes, ese era el especial de verano más vendido de España.
Caminando por la ciudad, al girar una esquina vio una cola tremenda de personas que charlaban animadamente.
No estaba trabajando cuando llegó a aquel bar. Estaba hambriento y la curiosidad lo llevó a un establecimiento con una cola impresionante.
¿Qué debían hacer allí que había tanta gente esperando para almorzar?
Al acercarse vio que repartían números.
-Oiga me da un número- preguntó
Le respondió un chaval joven de unos 17 años, lleno de acné. Llevaba un mandil blanco.
-Lo siento pero ya no repartimos más para el desayuno, tan solo damos número hasta las 9 de la mañana- El chico se giró rápidamente dispuesto a irse.
David lo paró alargando una mano a su hombro.
-Perdona que te moleste, pero, ¿también hay esta cola para comer?-
El chico parecía cansado de sentir siempre las mismas preguntas.
-Sí….. bueno….. a ver…… -giraba la cabeza nerviosamente, mirando a la puerta del bar, como esperando que alguien saliera de un momento a otro y lo reprendiera por estar perdiendo el tiempo – la verdad es que no hacemos comidas, solo servimos desayunos-
-¡Ah, ya! ¿Y a qué….-
No le dio tiempo a acabar, una mujer también vestida con mandil gritaba desde la puerta- ¡Marioooo, venga a trabajar, no te entretengas o no acabaremos los desayunos hasta las doce-
Así pues David se quedó con la palabra en la boca sin poder evitarlo, viendo como el chico volvía rápidamente al trabajo en el interior.
-No moleste al chico, que tienen mucho trabajo. Aquí hay gente honrada que ha madrugado para poder almorzar. ¡Venga otro día y espabile hombre!-dijo un hombre de la cola.
No salía de su asombro, que desfachatez tratar así al mejor crítico de España, se iban a enterar estos. Claro que madrugaría, lo que hiciera falta.
-¿Perdone señor sabe a qué hora abren?-
-Mira que está usted pesaito….abren a las ocho. Oiga pa hacerle un favor le diré que a las seis ya hay cola para coger número-
La gente de la cola estaba formada por un grupo heterogéneo de hombres, mujeres y niños. La verdad comenzaban a mirarlo mal.
-¡Eh que no quiero colarme! Dijo David que ya estaba hasta las narices. Él que había ido a comer a los mejores restaurantes de España, se encontraba en aquella situación poco menos que surrealista.
Quién iba a pensar que en un simple paseo iba a encontrar aquella joya para sus críticas, gente que hacía un mínimo de dos horas de cola para almorzar.
¿Qué debían cocinar? ¿Qué provocaba aquel entusiasmo entre la gente? Quizás la razón era el precio, había gente que por algo barato era capaz de hacer grandes colas.
En cuanto llegó a casa cogió el teléfono y llamó al editor del periódico, Juan Gabriel.
-¡Juan Gabriel, hola tío!-
Juan era el típico ejecutivo trajeado, de porte seria y siempre con el cigarrillo en la mano, un hombre nervioso, no obstante toleraba que David lo tuteara de aquella manera ya que había encumbrado al periódico desde su llegada.-No puedes adivinar lo que he encontrado esta mañana dando una vuelta-
-Dime, dime….-dijo el editor. Sabía que David tenía buen ojo con los artículos.
-¡Mañana te vendrás conmigo! –Dijo decidido – ¡Esto tienes que verlo chaval!
Juan Gabriel sintió interés, debía ser algo importante, hacía tiempo que no oía a David tan entusiasmado. La última vez fue aquella en la que publicó aquel artículo sobre unos bichos en el restaurante de un conocido cocinero, aquello arruinó la carrera de aquella estrella mediática.
David era un gran escritor, pero también podía ser un gran hijo de puta.
-Vale, vale iré…. ¿Pero de que se trata? Explícame algo… respondió
-Ya lo verás mañana. Quedamos a las seis en la calle Minería 24. Oye, no vengas trajeado o cantarás un poco….ni tampoco con el audi…o apárcalo lejos…aquel es un barrio obrero….y toda la redacción sabe que te gusta presumir de pasta Juanito…-
-Vale y si quieres también voy en metro, ya puestos….- Tenía cachondeo el chaval, si no fuera quien es… lo iba a aguantar su madre pensó Juan.
-No te enfades hombre, es coña, mañana nos vemos-y colgó el teléfono sin tan solo esperar que respondiera.
Estaba emocionado, tanto tiempo escribiendo, hacía tiempo que no encontraba un sitio novedoso y desconocido para sus lectores.
Se pegó una ducha y cenó una ensalada ligerita. Puso el despertador A LAS CINCO DE LA MAÑANA. Qué barbaridad pensó. Hacía tanto tiempo que no madrugaba que ni siquiera lo recordaba.
A las seis de mañana se encontraron David y su editor. Juan Gabriel no podía creer que lo hubiera citado para venir a un bar de mala muerte en un barrio obrero.
-Oye, en serio, es una broma, ¿verdad?- dijo el editor.
-Que no hombre, que no, sabes que no bromeo-
Al cabo de 10 min la cola era de diez personas, al cabo de 20 ya habían 25.
El editor empezaba a tomarse en serio a David. -Carai…. ¿Y qué vamos a almorzar David?-
-Pues la verdad no sé, tan solo sé que la gente hace colas de dos horas como mínimo para poder entrar.-
-Nunca había oído nada acerca de este sitio. David, eres un genio. Nunca dejas de sorprenderme- dijo Juan asombrado de la cola que ya alcanzaba la esquina.
Pasaron las dos horas de rigor y la persiana del bar se abrió con un chirrido metálico. La gente parecía acostumbrada, nadie intentó entrar, al contrario, se mantuvieron ordenadamente esperando.
Salió el chico del día anterior, con su mandil blanco. El tal Mario llevaba en la mano un rollo de números para repartirlos entre los que aguardaban su momento. El 4 y el 5 correspondieron a David y su editor.
Mario repartió los números pacientemente mientras en el interior del bar se encendían las luces.
-El número del 1 al 20 pueden quedarse, del 20 al 40 a partir de las 9 por favor.- dijo Mario amablemente y desapareció por las puertas del bar.
Gran parte de la cola desapareció entre las callejuelas.
-Es impresionante- dijo el editor -¿También hacen comidas y cenas?
-Ya te dije que tenías que verlo por ti mismo. Solo hacen desayunos. –dijo David.
Juan asintió impresionado.
El chaval empezó a hacer pasar a la gente. El bar era muy pequeño, tres mesas y la barra.
Las dos primeras personas ocuparon una mesa, el tercero otra y ellos iban a ocupar la tercera mesa cuando Mario se dirigió a ellos-Perdonen pero si van a ocupar una mesa tienen que compartirla con ese señor. Tenemos mucho trabajo y poco sitio.-
-Sí, de acuerdo-lo que hiciera falta pensó David, que llevaba dos horas esperando aquella cola.
Así es como se encontraron compartiendo mesa con un señor vestido de los colores del Betis, una panza prominente y un palillo entre los dientes.
-¿Qué emoción verdad?-dijo el compañero de mesa- yo vengo todos los días y nunca he tenido suerte-.
Mario se acercó a ellos a tomar nota.
-¿Qué desean los señores?-
Un especial, como siempre y una botellita de vino, niño, que estos señores y yo nos la beberemos. Yo invito.- dijo el aficionado del Betis.
-¿Y ustedes señores?- dijo dirigiéndose a David y Juan.
-Dos especiales de la casa como el señor-
-Muy bien, marchando…-
-Me llamo Manolo- dijo el aficionado alargando la mano para saludarlos. -Van a asomarse a ver hacer el almuerzo supongo…no quiero perder la suerte…-
Manolo y los otros dos cada vez más intrigados se asomaron a la barra. Tras ella había la mujer del mandil friendo huevos fritos.
-Ahora viene el tuyo Manolo, a ver si tienes suerte hoy…-dijo la cocinera guiñando un ojo.
En la plancha chisporroteaban lonchas de beicon. Y el chaval que ya había cogido nota se apresuraba en cortar el pan y colocarlo en cestas.
Manolo parecía emocionado al ver coger los huevos a la cocinera- Concha hazme el favor y coge aquel de allá pequeñito, mujer-
Concha lo hizo y casco uno detrás del otro- otro día será Manolo, lo siento-
Manolo se fue hacia su asiento mientras David y Juan se quedaban como tontos mirando la canasta de los huevos.
-Ahora le toca a usted ¿verdad señor?- El gesto se repitió en los dos casos, cascar los huevos freírlos y decirles que otro día tenían más suerte.
Aquello parecía más una lotería o un rasca rasca que un desayuno.
En un instante apareció el muchacho con tres platos humeantes de beicon con huevos fritos.
¿Tanta historia para esto? ¿Tanta cola para esto? Pensó el crítico culinario.
Juan y él se miraban y después miraban el plato.
David paladeaba el huevo y el beicon intentando encontrar un gran tesoro en ellos pero eran de lo más normales.
Sus caras delataban su decepción.
-Anda animo otro día será- dijo Manolo llenando los vasos de vino.- ¡Brindemos! Por el huevo azul y por Concha la cocinera con las mejores tetas que he visto-
-¿El huevo azul?- dijo David.
-Ah, ¿no vienen por eso?…. Pensaba que si….- dijo Manolo.
-Explíquenos, Manolo, eso del huevo azul- dijo David
-Sí hombre… de vez en cuando entre los huevos fritos de Concha sale uno azul, dicen que es lo más maravilloso que puedas imaginarte. Dicen que no hay palabras para describir la sensación, esos huevos azules han cambiado la vida de mucha gente. Una vez los pruebas no vuelves a ser el mismo, además dan suerte hay quién le ha tocado la lotería, o que ha encontrado dinero…Yo espero que un día tendré suerte y encontraré un huevo azul.
-Pero bueno, nunca me ha tocado y tengo que conformarme con ver las tetas de la Concha.-
David y su jefe salieron decepcionados pero a la vez intrigados con aquella historia de los huevos azules
-Oye yo no me lo pierdo, ¿mañana volvemos no? Dijo Juan divertido.
-Y tanto, aquí quedamos hasta que nos salga el dichoso huevo azul- dijo David
De esta manera se convirtieron en asiduos a la cola del bar Canela.
Llevaban meses yendo a diario a comer huevos fritos con beicon, asomándose a la barra y a los pechos de la Concha con la esperanza de que aquel día fuera su día de suerte.
Aquel fue su día de suerte, cuando Concha casco el segundo huevo de David este era de un azul casi eléctrico.
– ¡Qué suerte! Dijo Concha haciendo sonar la campana que tenía al lado-
Clinc, clinc, clinc, clinc…. Sonaba la campana.
El bar en pleno se levantó a ver el huevo azul, daban palmaditas en la espalda de David con envidia. La gente aplaudía fervientemente.
-Felicidades- - Qué suerte tienen algunos- Incluso hubo quien le ofreció 60 euros por el famoso huevo.
Allí lo tenía el huevo azul con el beicon y el huevo blanco.
Era un momento tan esperado, que le temblaba la mano con el tenedor.
Juan se lo miraba emocionado.
Ya ves todo un editor y un gran escritor emocionados por un huevo frito.
La clara era azul intenso y la yema amarillo verdoso. Todo el bar lo miraba.
Cogió un trozo de huevo y se lo llevo a la boca, no parecía muy apetitoso.
Pero….. no sabía a nada….
Cogió otro trozo y su cuerpo comenzó a acalorarse, una sensación invadió su cuerpo, era felicidad…. Una felicidad tan intensa como jamás había sentido.
Se le cayó el tenedor al suelo, sus manos colgaron lánguidas a los lados del cuerpo, era completamente feliz, ya no necesitaría nada nunca más, lo tenía todo, podía morir tranquilo, no tenía penas, ni nervios, ni estrés.
Era feliz, completamente, verdaderamente feliz. Una sonrisa iluminó su cara de oreja a oreja, aquello era mejor que el dinero, que la droga, que el sexo, que cualquier cosa, lo invadió un sentimiento de amor tremendo.
Casi sin darse cuenta se había comido el huevo azul, le quedaba un trocito pequeño que Juan le pidió.
David y Juan salieron casi flotando por la puerta del bar con una sonrisa de oreja a oreja, eran felices muy felices.
Aquella sensación duró dos días, en que nadie podía reconocerlos estaban muy cambiados, de un humor excelente, sin embargo cuando volvieron en si solo pensaban en volver a la cola del bar Canela.
David y Juan acordaron no hablar del bar en la crítica del periódico, ya habían suficientes personas en la cola por la mañana.
Por la redacción corrió el rumor que aquel extraño estado de buen humor había sido causado por algo que habían comido en un bar, y pronto la cola del bar Canela aumentó considerablemente con el personal de la redacción del periódico.
Hasta las diez no aparecía ni Dios por las oficinas, porqué estaban haciendo cola y almorzando.
Quien no se vería tentado a ir a un bar donde hacía cola el mejor crítico culinario de España.
Pronto David empezó a espiar al bar, quería saber de dónde salían aquellos huevos azules.
Era un establecimiento familiar, Concha vivía con su hijo Mario en el piso superior del bar, y bajaban cada mañana a abrir el establecimiento.
Cada noche al cerrar llegaba la furgoneta de reparto de los huevos. Provenían de una granja de fuera de la ciudad, sin embargo repartían en más sitios, no solo en el bar Canela, pero el único lugar en el que aparecían aquellos huevos azules era allí.
Era algo muy extraño, todo aquel asunto de los huevos azules lo llevaba de cabeza.
David intentó trabar amistad con Concha, haciéndose el encontradizo. Cuando por fin consiguió hablar con ella no sacó nada en claro. Concha no quería investigar de donde salían los huevos azules, habían sido una bendición para su familia y gracias a ellos podían vivir bien.
Sabía bien el cuento de la gallina de los huevos de oro y no pensaba investigar. Pero David se había vuelto egoísta, quería saber de dónde salían los huevos, es más los quería para él.
Así que quedó con Concha y la amenazó con llamar a Sanidad para que investigaran.
-Puedo haceros mucho daño si no colaboras conmigo Concha. No me gustaría, pero tu hijo y tú podríais pasarlo realmente mal.-
Concha no dio su brazo a torcer, Sanidad inspeccionó el bar. Concha rezaba para que ningún huevo especial saliera aquel día. No pudieron imputarle nada, todo estaba muy limpio y la comida era correcta. Por suerte el día que fueron no salió ningún huevo azul.
David estaba nervioso, nadie podía llevarle la contraria.
Así que se presentó junto con su editor en casa de Concha y Mario. Le dijo quien era, el crítico más famoso de España y la amenazaron con hundirla con la peor crítica que hubiera escrito jamás David.
-¿Qué queréis?- dijo Concha tristemente.
-Solo que colabores un poco- respondió David amenazante.
Pusieron web Cam en el almacén del bar, en la granja de gallinas, en la camioneta de transporte…y durante días revisaron las grabaciones.
Parecían ansiosos mirando las cintas sin llegar a descubrir el secreto de los huevos azules, los dos en una sala cerrada, a oscuras, sudorosos.
En una de las cintas a las tres de la mañana apareció Mario completamente desnudo y se acercó a donde estaban los huevos, allí en cuclillas hacía algo que no alcanzaban a ver.
Por fin habían descubierto el secreto, aquel chaval debía hacer algo a los huevos, debía inyectarles alguna substancia desconocida.
Aumentaron la potencia de la cámara y en la siguiente grabación vieron con asombro que lo que hacía el chico era poner un huevo.
¿Cómo podía ser?, se ponía en cuclillas y desnudo ponía un huevo.
Era increíble.
Sin comentar nada a nadie lo siguieron, contrataron a investigadores privados, siguieron cualquier paso que hizo sin descubrir nada ni ver nada sospechoso.
-Tú hijo tiene que venir con nosotros, tan solo unos días, te pondremos un sustituto y te lo devolveremos de aquí a unos días-le dijeron a Concha – No te preocupes no le haremos nada malo, ni sufrirá ningún daño-
Tuvieron a Mario en observación, en un piso encerrado. Realmente se levantaba sonámbulo y ponía huevos azules por la noche, huevos que David y Juan guardaban como tesoros. Con sesiones de hipnosis descubrieron que Mario siempre había querido ser una gallina desde pequeño y cuando ponía un huevo, dentro contenía toda la ilusión y alegría de aquel muchacho por convertirse en gallina por unos instantes.
Un día Juan y David hicieron una gran tortilla azul que comieron con fruición y con aquel estado de alegría y paz cósmica, se arrepintieron de tener a Mario retenido.
Le explicaron que era él quien ponía los huevos azules. Ni su madre ni él se lo podían creer, era imposible que Mario pusiera huevos.
Desde que Mario supo aquella magia que se producía en su cuerpo fue incapaz de poner un solo huevo más. Su sueño de infancia inconscientemente se rompió.
Al no haber más huevos azules la gente paulatinamente dejo de ir al bar Canela, tan solo los más esperanzados continuaron yendo.
La verdad es que cuando mayores ilusiones y alegría tienes siempre hay algún gilipollas que viene y te rompe los huevos.

No hay comentarios: